Se había instalado en un rincón con su copa, desde allí oteaba el mar,que descansaba entre velas, y las dos mujeres de la otra mesa. Lejos de la vigilancia del padre y el hermano había recurrido al alcohol toda la tarde.
Era una noche maravillosa para un perico, la vida por uno. Hacía un mes que había dejado la rehabilitación pero este casamiento en la playa -el segundo de su padre- requería un perico. No había religión que liberara de ese deseo. Su hermano había podido, él no creía, tenía la certeza que moriría en cualquier esquina, para qué envejecer. Nihilismo. Sólo creía en Borges y en la fotografía.
Se acercó a la otra mesa, murió de amor cuando una de las mujeres le recitó La lluvia. Cae o cayó en ese vaivén verbal, creyó entender la única forma de liberación: una mujer, no Dios, una diosa, negra. Una mujer que hiciera volar más allá del otro deseo.
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