Camino andino XIV
Atravesaba un lugar
donde el atardecer se conjugaba con ocres y otoño. La ausencia era ella misma.
Arrastraba un amor y todo su olvido. A solas y toda la inmensidad para
atravesar como extranjera. Un sonido
fue poblando el espacio. Primero, avanzaron unas siluetas y luego, una mano.
Él soñaba que
colocaba una mano en el hombro y advertía a la mujer que estaba sin zapatos y eran imprescindibles
para cruzar.
Uno que la nombraba
con su mano y en silencio, pidió que lo
siguiera . Señaló el camino a un caserío abandonado. Sólo ella y una mano que
conducía a un recoveco. Allí con una
lanza o báculo golpeó el techo y una caja
derramó su tesoro: unos zapatos transparentes.
Cuando se despertó,
la mujer se dio cuenta que el hombre se había colado en su sueño y la había iniciado en el rito del cruce. Había
perdido un sueño pero como favor divino, una mano dormía a su lado o dos. Había
sido un abrazo profundo y no un beso. La princesa había encontrado zapatos y había despertado del antiguo letargo.
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