Camino Andino XVIII
Por ese vacío desde donde se ven mis carnes abiertas,
antes el roce jugó a encender pedacitos de piel.
Por ése , una mano ardiente rozó y rasgó
mi ventana entreabierta,
como ungüento cruzó los labios, curó,
hasta cubrir de brotes las piedras. Unos metros más allá
recuerdo haberme mirado en él.
Silencio meditado, ahora sólo mis carnes abiertas.
Levemente iluminada la tarde se mira en el extinto espejo,
sólo para ver cómo concluye este rito de la evocación.
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