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lunes, 23 de abril de 2012

Camino andino XVII


 
El hombre dividía su tiempo en arreglar puertas, ventanas y observar los árboles y pájaros de su inmensa casa.
Ella pintaba pequeños cuadros , ordenaba y desordenaba libros en un pueblo de arcilla.
Como dos agujas se encontraban de vez en vez y los miedos los engullían.
Él venía cargando sus dolores pero se había dispuesto, quería encontrar un amor.
Compartían el gusto por el  cine y el teatro. Habían visto Il sorpasso hasta el último detalle, repetían los diálogos de Gassman y Trintignant, en el automóvil por la carretera.
Discutían símbolos y metáforas. Así se habían encontrado, preguntándose por los secretos que guardaban.
 Un día se animaron a cruzar el espacio que los separaba,  ya no se acordaban que tenían miedos. Apenas recordaban lo que se habían contado o el olvido simplemente había extendido su red , a esa edad.
Decidieron que era tiempo oportuno para acostarse y la llevó a la cama, acarició su pelo, ella le pidió un vaso de agua y un momento. Él se lo alcanzó. Ella, lentamente abrió la boca, sacó algo y lo colocó dentro del vaso y  después, mansamente se acostó a su lado.

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